El Pacto Ficcional
La palabra narración, desde la etimología, tiene que ver con el conocimiento. Para Hayden White, la narración es la forma más antigua de organizar la sabiduría y, según el psicólogo Jerome Bruner, las personas interpretamos las acciones y comportamientos de manera narrativa y denomina esta acción como psicología intuitiva. Es decir, pensamos nuestra vida como si fuese un relato. Las personas son interpretadas como actores, que tienen que cumplir un objetivo y para alcanzarlo se encuentran con obstáculos que deben ir superando. Todo ello ambientado en un escenario donde los actores desencadenan conflictos entre sí. Estos actores, acciones, objetivos, e instrumentos son los componentes básicos de la estructura narrativa.
Existe una concepción global sobre cómo debe ser interpretada una narración, derivada precisamente del hecho de que vemos nuestra vida como un acto narrativo. Por ello existe un lenguaje común a la hora de entender y analizar narraciones. Gracias a este lenguaje se han podido desarrollar normas que facilitan la interpretación de cualquier tipo de relato, ya sea real o ficticio.
Los dos principales participantes de la narración son el autor y el lector, entre los cuales, a la hora de llevarla a cabo, se crea un acuerdo de verosimilitud, un pacto ficcional. Se trata de un código no escrito que compromete a ambas partes, para hacer de la narración un proceso más ameno y efectivo. Este pacto ficcional es una característica intrínseca de la ficción, sin él, todas las historias de ficción carecerían de sentido.
Las normas principales de este pacto son las siguientes:
I. El lector suspende la incredulidad ante lo que está leyendo.
El lector no se plantea la veracidad o falsedad del contenido de la novela o relato, simplemente se limita a interpretar la historia como algo que le están contando, sin mayor pretensión que el mero disfrute. Si, por el contrario, el lector se dedica a destripar el contenido buscando y rebuscando fallos, contradicciones e incongruencias, ambas partes salen perdiendo. Un símil con el teatro ejemplifica perfectamente esta situación: si cuando estamos viendo una obra teatral, en lugar de prestarle atención a lo que dicen los actores nos quedamos mirando los focos, el corte del decorado, el equipo de sonido… estamos quedando fuera de la experiencia, aislándonos. La magia del teatro desaparece. Un buen espectador apaga su juicio acerca de la verdad o falsedad de lo que está viendo y reduce su campo de visión al escenario.
Esta norma es especialmente útil en fantasía y ciencia ficción, donde las propias características de dichos géneros presentan situaciones extremadamente difíciles de creer. Por esto, no hay lugar para la incredulidad en una narración. Desconfiar de cada indicación del autor, de cada palabra y de cada personaje, impide al lector entender y disfrutar el contenido de la obra. Y algo tan simple como pensar «los dragones no existen», arruina por completo toda la experiencia.
II. El lector acepta que lo que se cuenta en el texto son hechos imaginarios, pero no mentiras.
El lector no solo suspende la incredulidad, su juicio acerca de la verdad o falsedad de lo que esta leyendo, también finge que los hechos que cuenta pudieron ocurrir. El autor, por su parte, hace exactamente lo mismo cuando escribe el relato. Una historia de ficción no es un ensayo, una hipótesis o una teoría. No es algo que el autor expone con la intención de convencer o de engañar. Es imposible sumergirse en una historia en la que, por la forma de exposición de la misma, el autor nos recuerda que nada de lo narrado ocurrió y que los actos son meras invenciones suyas. Por lo tanto, no se puede decir que una obra de ficción sea mentira, pues esa no es ni la intención ni el propósito de la misma.
III. El autor debe entender que el lector no piensa, ni imagina, como él.
Cuando hablamos de ficción, las descripciones adquieren un gran valor e importancia. El autor debe entender que existe una concepción generalizada de todo cuanto conocemos en el mundo. Si no hay una descripción concreta, se interpretará automáticamente como algo genérico, que no tiene nada de especial. Es menester del autor transmitir todo lo que imagina al lector, a través de las descripciones. Es decir, si el autor dice silla, sin añadir más detalles, cualquier lector imaginará la misma silla, en función del contexto en el que nos haya situado el autor. Lo mismo ocurre con los escenarios cuando prescindimos de descripciones; Si el autor menciona un bosque, el lector pensará en árboles de hojas verdes y troncos estrechos. Ahora bien, si el bosque que imagina el autor es especial, porque los árboles tienen las hojas de las copas totalmente azules y sus troncos son anchos como elefantes, deberá mencionar esa información en el texto, dejar constancia de ello y no permitir que sea el lector quien se imagine su propio bosque.
IV. El autor se compromete a desaparecer mientras su obra es leída.
Dentro de la obra, el autor se convierte en un narrador externo, una fuente de enunciación que forma parte de la ficción. También puede llegar a formar parte del relato como personaje, en cuyo caso no será identificado como el autor, sino como el personaje. En cualquier caso, el autor debe desaparecer. No puede permitirse el lujo de estar presente como la persona de carne y hueso que es, su existencia debe quedar reducida a la voz que cuenta la historia. La impersonalidad propicia que la historia cobre un mayor significado. Dicho de otro modo: Se disfruta más una película si nos olvidamos de que hay un tipo detrás de un micrófono pronunciando esa voz en off que relata la historia.
V. El lector aceptará que un lobo hable, pero exigirá que actúe como un lobo.
El pacto ficcional, aunque se ubique en un mundo maravilloso, debe mantener siempre elementos del mundo real. En caso contrario, no habría comunicación (ésta descansa sobre los códigos compartidos entre el emisor y el receptor). Para que el lector acepte la nueva realidad que se le ha puesto delante, es imperativo que los elementos que le son familiares actúen en concordancia entre ambas realidades.
En Caperucita Roja el lobo habla y hasta es lo suficientemente inteligente como para engañar a la niña. Su comportamiento es humano, muchas veces hasta se le caracteriza como tal, pero sigue siendo un lobo. Es un lobo porque vive en el bosque, no tiene moral, come personas y su existencia se basa en alimentarse. En el relato se respeta su naturaleza, a pesar de que tenga rasgos que no son propios de un lobo. Al mantenerse estos elementos del mundo real se está respetando el código sociocultural implícito, haciendo posible que un lobo parlante no resulte extraño.
Las reglas especiales en las novelas policíacas.
En el caso de los novelas policíacas hay tres reglas fundamentales, que solo son aplicables dentro de dicho género:
1) Se deben proporcionar al lector todos los datos necesarios para que pueda resolver el enigma por sí solo.
2) El asesino no puede ser el narrador (salvo que el autor rompa ésta regla).
3) La solución no puede ser mágica ni sobrenatural.
El pacto puede ser roto si…
El pacto ficcional incumbe mayoritariamente al lector, pero también afecta al autor. Este apartado señala que, aún pudiendo valerse el autor del pacto ficcional, está en su mano facilitarle al lector la tarea de respetar tales acuerdos. De modo que, si el autor abusa de la confianza del lector, éste último puede eximirse del acuerdo ante el uso irresponsable del susodicho pacto.
Por lo tanto, un pacto ficcional puede ser roto si…