El género fantástico, a grandes rasgos, se caracteriza por la presencia de elementos que rompen con toda lógica y realidad preestablecida. Está presente en la literatura, cinematografía, videojuegos, cómics, juegos de rol, etc. Se podría decir, de hecho, que escribir fantasía es uno de los géneros más antiguos, remontándose su origen a la mitología y a las leyendas y, por qué no decirlo, uno de los más populares. Pero cuando algo se hace tan popular, se explota en todos los formatos posibles. Entonces, es inevitable que alguna que otra historia salga mal. Muy mal. Y así se originen una serie de errores al escribir fantasía que le restan veracidad y coherencia al mundo creado.
Estos defectos habitualmente presentes en el género fantástico, hacen referencia más bien a mundos que abogan por el realismo dentro de la propia fantasía. Universos que nos muestran un mundo lleno de imposibles, pero sin perder ese cariz tan real y cercano. Es en este terreno cuando el riesgo es mayor y, muchas veces, metemos la pata cuando nos pasamos de literales. Estos son algunos de los errores más comunes que se cometen al escribir fantasía.
Tabla de contenidos
1. No sabes enfocar la inmortalidad en un personaje
Me sorprende la cantidad de novelas, películas y series de gran éxito que cometen este error. Un fallo que delata falta de interés y desconocimiento sobre la construcción de personajes. Por no decir que todo gira en base a un tópico infantil y que únicamente desarrollan mal aquellos autores que no tienen imaginación suficiente como para ver más allá de lo evidente. Me refiero a esos personajes inmortales, con miles de años de edad, que son más tontos que una piedra.
«Tengo más de quinientos años, pero el argumento de este preadolescente es muy convincente»
Imaginad al villano vampiro que tiene 1.666 años y ha estado presente en los grandes acontecimientos históricos, ha conocido personalmente a muchas de las grandes figuras que cambiaron el curso de la humanidad y ha leído bibliotecas enteras en su inabarcable existencia. Imaginad la mente de una criatura así… Pues bueno, no será muy inteligente cuando el héroe de 17 años encuentra la forma de clavarle una estaca en el corazón. ¿En 1.666 años no se le ha ocurrido la idea de ponerse una coraza? ¿Quizá cerrar la puerta de la cripta con llave antes de dormir? ¿Por qué iba a enfrentarse directamente al héroe que porta la única espada capaz de matarle?
Es exasperante encontrarse a este tipo de personajes. Es uno de los errores presentes en la fantasía. Y luego están aquellos que tienen años de más, pero como si no. Como cierto “vampiro” de 115 años cuya única motivación en la vida es echarse novia. No es que sea un personaje bidimensional, es que su propia existencia es inconsecuente. Una persona de esa edad, con sus capacidades mentales intactas, como se suele representar en la mayoría de casos, tendría aspiraciones de leyenda y sus ambiciones solo podrían equipararse con el hecho de ser inmortal.
Como suele decirse: “Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo“. Y por eso conviene tener este refrán muy presente cuando confeccionamos personajes tan longevos. No tienen que ser necesariamente vampiros. Pueden ser elfos, Nicolas Flamel o un cyborg del hiperespacio (sí, la ciencia ficción también sufre de inmortalitis estupidis). Sea cual sea tu personaje inmortal, haz que sea consecuente con su edad.
2. Todo lo que no tiene sentido lo hizo un mago
En todo mundo de fantasía que se precie, hay una buena dosis de magia. Pero este hecho no es incompatible con la coherencia interna ni con el trasfondo del universo. Incluso en mundos tan absurdos como el Mundodisco, de Terry Pratchett, donde la tierra es plana y la soportan cuatro elefantes sobre una tortuga, incluso ahí, la magia tiene coherencia. Es absurda, impredecible y, a veces, incluso cómica. Pero siempre es realista y coherente con las leyes físicas de ese universo.
No puedes pretender diseñar un mundo donde toda la gente viaja a caballo, pero los magos y alquimistas pueden teletransportarse con la misma facilidad con la que fríen un huevo. Lo peor es cuando en una escena el mago sale de su casa, coge un caballo y va al mercado de la villa. Y en otra escena se teletransporta y va al país vecino a avisar al rey de una amenaza inminente. Un portento así se explotaría y se comercializaría. Es como si en nuestro mundo algunos viajásemos en burro y otros en ferrari. Otro de los clásicos errores al escribir fantasía.
Si tu mundo tiene magia, debes justificar por qué esa capacidad es exclusiva de ciertas personas. Y, más importante aún, por qué el mundo no se está beneficiando de ella a niveles industriales ¿o quizá sí lo está haciendo? Un ejemplo maravilloso es el mundo de Terramar, de Ursula K. LeGuin o la Crónica del asesino de reyes, de Patrick Rothfuss. En ambos universos existe la magia, pero su implicación en el mundo y el uso de la misma está regulado de un modo soberbio por los autores.
3. La gente pájaro que vino de los árboles
En algunos mundos de fantasía, Darwin se habría suicidado. Mundos donde una raza de hombres perro convive con los elfos. Osos parlantes, trolls gigantes y gnomos se van de picnic al bosque los domingos o donde una raza de hombres pájaro, hombres lagarto, hadas, vampiros y duendes viven en armonía y van juntos de compras al mercado. Incoherencias evolutivas de aúpa, que miren como se miren, son un completo despropósito creativo.
Esto, en un juego de rol como Dungeons & Dragons es permisible. Porque la esencia misma del propio juego es eso: explotar la imaginación y buscar la diversidad entre los personajes. No importa que sea incoherente que en un grupo de cinco personas todos sean de especies distintas. Pero una novela no es un juego de rol. El objetivo y el propósito de la misma es muy distinto.
Una raza inteligente, como nosotros lo entendemos, no es lo mismo que una raza de fantasía. Una persona asiática y una caucásica son de razas distintas, pero si hablamos de elfos, orcos, duendes, gnomos, hadas, etc., estamos hablando de especies. Es común referirse a ellos como razas, del mismo modo que es común hablar de etnias cuando hablamos nosotros de razas. En cualquier caso, una raza de fantasía no tiene nada que ver, pero ni de lejos, con nuestro concepto de raza.
Nosotros, como seres humanos, derivamos todos de la misma línea evolutiva, da igual el color de tu piel o tus rasgos. Somos de la misma especie. Ahora, un ogro y un enano, refiriéndome al típico que todos conocemos, tienen en común lo mismo que la especie humana y las palomas: básicamente nada. Y ahí reside el problema de muchos autores que, ignorando esto, se piensan que un humano y un gigante de hielo son primos lejanos. Esto ocasiona resultados tan absurdos como continentes del tamaño de Australia con más de cincuenta razas dominantes distintas.
En El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien, cada raza tiene su propia línea evolutiva o tiene un origen mágico bien resuelto. Los orcos, por ejemplo, son una perversión mágica de los elfos, de ahí que tengan rasgos comunes como las orejas puntiagudas. Los enanos tienen más cercanía con los humanos de la que querrían admitir. Y los hobbits cuentan con su propio linaje y curso evolutivo. Todas las razas de la Tierra Media tienen un propósito y son el resultado de un elaborado y premeditado trasfondo.
Si quieres que en tu mundo de fantasía existan razas originales, empieza por el principio y pregúntate: ¿cómo ha llegado esta especie hasta aquí?
Quizá, en los albores del mundo, el primer Homo erectus tomó dos rumbos evolutivos tras una era glacial. Uno de ellos desarrolló características anfibias para sobrevivir en un ambiente pantanoso, mientras el otro se amoldó a un páramo helado y desarrollaron un denso pelaje. Un millón de años después, el resultado es una raza de hombres yeti y una raza de hombres anfibio. Darwin approves.
Lo que no puedes pretender es que dos o más especies dominantes y totalmente diferentes hayan convivido en un mismo territorio como si nada. Deja tiempo para que la evolución haga su trabajo. Unos cuantos miles de millones de años es lo mínimo que necesita una especie para llegar a formar una civilización propia. Llamar “raza antigua” a un puñado de hombres gato porque aparecieron hace doscientos años y bajaron de los árboles, es tan ridículo como pensar que América la colonizaron unos hombres pez que salieron del mar.
No incluyas razas en tu mundo sin pensar en el factor evolutivo. No lo hagas. En serio, no. No cometas estos errores al escribir fantasía. Los mundos fantásticos no son cónclaves intergalácticos donde conviven especies alienígenas en perfecto equilibrio. Eso no es una novela de fantasía: es un episodio de Rick y Morty.
4. Crees que todos hablan una lengua universal
Solo hay algo peor que una novela donde razas fantásticas desubicadas se relacionan entre sí: que todas hablen el mismo idioma. ¿Suena absurdo, verdad? El hombre lagarto hablando perfecto latín, el kobold políglota o esa especie de seres pulpo que no tienen boca, pero pueden hacer un trabalenguas de corrido en inglés. Aunque no lo creas, esto es verídico, leído de una novela real. Sí, de esas que hay en las estanterías y se venden. Este es otro de los típicos errores al escribir fantasía.
«Me saqué el B1 de orco en la academia de mi pueblo»
Retomando aquello de «no es lo mismo la raza que la especie», con el lenguaje ocurre lo mismo. No solo sería diferente el acento, sino que el propio uso de la lengua o del lenguaje sería distinto. Una especie de aves evolucionadas e inteligentes no podría pronunciar palabras humanas, y viceversa. Un hombre cocodrilo con una boca atestada de dientes tampoco podría tener un léxico idéntico al nuestro. No es como en las películas de Disney, donde los animales abren la boca y se ponen a hablar así sin más. No funciona de esa manera.
Cada especie diseñaría su propio sistema de comunicación, en base a su propia fisionomía y naturaleza: una especie de hombres pájaro podría comunicarse mediante un código que mezclase sonidos, gestos y la exhibición de su plumaje; una especie anfibia diseñaría un lenguaje que pudiese llevarse a cabo bajo agua; mientras que seres carentes de sistema vocal y auditivo se buscarían vías de comunicación alternativas que no tuviesen nada que ver con el sonido, como la telepatía.
Dicho todo esto, ahora entenderás por qué me resulta tan raro ver a un tritón hablar perfecto castellano. Señor escritor incoherente: ¡Viven debajo del agua! ¿Cómo narices van a hablar nuestro idioma?
5. En la Edad Media no existían dentistas ni esteticistas
La mayoría de novelas de fantasía se desarrollan en un mundo arcaico, generalmente medieval. Aunque esto no es una característica exclusiva del género fantástico, sí que es una característica habitual. Sin embargo, muchos autores, incluidos de renombre, parecen no tener en cuenta las condiciones en las que se vivía en pleno medievo. Es como si usásemos únicamente aquellos aspectos positivos del mundo y obviásemos los negativos. Otro de los errores más frecuentes al ambientar tu mundo de fantasía es exactamente esto.
La higiene en la Edad Media era algo anecdótico. Incluso entre la nobleza era habitual eso de no bañarse. No eran pocas las personas que tomaban uno o dos baños al año y se quedaban tan panchos. Las hermosas doncellas de la corte solían colocarse trampas para los piojos y chinches en sus recargados peinados, para evitar que les picase la cabeza.
No existían los dentistas. Lo más parecido a un dentista era un señor que te arrancaba una muela y te aplastaba la caries con un hierro fundido. Las bocas de la gente eran un auténtico desbarajuste. No había nadie que conservase intactos todos los dientes.
En resumen: en la Edad Media, lo habitual era encontrar a gente sucia, con piojos y otros parásitos, mellados, de corta estatura, con calvas en la cabeza, con la piel maltratada, etc. Entonces, ¿de dónde sale ese reparto de Adonis y Afroditas de muchas historias fantásticas ambientadas en el medievo? Cabe destacar al clásico héroe, de cabello rubio recién lavado con el mejor champú y acondicionador del reino y una dentadura que ciega al reflejar los rayos del sol. Y cómo olvidar a la hermosa campesina, hija del molinero, que se ha gastado el impuesto del trigo en una clínica de depilación y en unos implantes dentales. Desgraciadamente, errores bastante frecuentes en la fantasía.
Vale, entiendo que a nadie le gusta que sus héroes y heroínas sean feos, maltrechos y calvos. Es comprensible querer resaltar los aspectos más positivos del héroe y disimular los negativos. ¿Pero es necesario que todo el mundo sea tan apuesto y perfumado? Fíjate en Juego de tronos, de George R. R. Martin, de corte medieval, en donde no describía un mundo de color de rosa precisamente.
6. Armas y armaduras de gomaespuma
Topicazo de fantasía y raro es el formato donde no se presenta: las armas y armaduras parecen estar hechas de 100% algodón. En la Edad Media, un caballero con armadura completa necesitaba una grúa (sí, una grúa, literalmente) para subirse a su caballo. Sin embargo, en fantasía o en alguna que otra novela histórica mal documentada, el personaje con armadura se sube a su caballo de un bote, recorre el campo de batalla con espada bastarda en mano y corta cabezas con gran soltura, como el que sale en chanclas a podar el seto. Seamos realistas: por muy entrenado y curtido que estuviese, ningún caballero medieval era capaz de esgrimir holgadamente una espada bastarda con una sola mano mientras iba embutido en acero y a caballo.
Como autor, no ignores el peso de armas y armaduras. Recuerda de qué material eran forjadas y el esfuerzo que supone el simple hecho de levantarlas.
Recapitulando, si quieres que tu novela de fantasía sea un desastre total, haz lo siguiente: el villano es mitad vampiro y mitad hombre pez y también es inmortal. Pero el héroe, un elfo, con la ayuda de su mejor amigo, el hombre conejo, logran derrotarlo gracias a la espada mágica que solo mata a aquellos que son mitad vampiro y mitad hombre pez. Victorioso, el héroe se casa con la princesa del reino, humana y supermodelo. Al cabo de nueve meses, tienen hijos semielfos y todos son felices y comen hombres perdices. O sea que, haznos un favor y no cometas estos errores escribiendo fantasía o te caerá una maldición imperdonable.