Escribir una historia no consiste únicamente en amontonar palabras sobre el papel. Si el propósito total de la narración fuese contar una historia, nos limitaríamos a escamondar y resumir el contenido, dejando a la vista tan solo los acontecimientos más importantes y relevantes. Aquellos que, en su base, constituyen la historia en sí.
La inmensa mayoría de libros pueden resumirse en pocas palabras, dejando como resultado la trama desnuda y directa. Leyendo dicho resumen conocerás la historia. Vale, te perderás los detalles y se omitirán personajes secundarios, pero conocerás la misma historia al fin y al cabo. Todo resumido en unas pocas palabras.
Entonces, ¿por qué leer 500 páginas cuando podemos reducirlo todo en un par de párrafos? ¿qué nos aportan todos esos personajes secundarios tan «prescindibles» para la trama principal? ¿qué importan los detalles en las descripciones, cuando estos no alteran en absoluto la trama? ¿qué nos importa a nosotros los lectores conocer las manías más personales de los personajes y los detalles más insignificantes de cada lugar, cada objeto, cada escena… ¿qué importa todo eso? ¿No sería más fácil resumir la historia, el concepto en sí, y así el lector se ahorra tener que leer tropecientas páginas?
Al fin y al cabo los detalles se olvidan. Si hace al menos tres años desde la última vez que leíste tu libro favorito, seguramente ahora sólo recordarás lo más esencial de la historia. Habrás olvidado a los personajes secundarios y todos los detalles habrán desaparecido de tu memoria. Entonces, ¿qué diferencia la lectura de un libro de 500 páginas de la de un resumen del mismo libro de 20? Total, al cabo del tiempo vas a recordar lo mismo, ¿no? ¿Donde está la gracia de leerse la versión larga de la historia? ¿Por qué no es mejor leer un resumen y ya está?
La respuesta a este interrogante es muy simple y evidente:
Porque la auténtica magia de las historias no consiste en conocer el argumento, sino en vivirlo. Hay momentos que no se pueden resumir, hay sensaciones que no se pueden explicar, emociones que no puedes entender si no estás delante cuando se manifiestan. Por eso leer un resumen de un libro es tan «espectacular» como mirar una foto de la aurora boreal. ¿Por qué iba a preferir ver una foto de las luces del Norte, pudiendo verlas en vivo y en directo? Es exactamente la misma distinción que existe entre leer un resumen y leer el libro completo.
Toda esta magia, todas estas emociones y sensaciones tan vívidas que se manifiestan durante la lectura no serían posibles sin el poder de las palabras.
El poder de las palabras.
Las palabras tienen poderes. Sí, poderes. Son capaces de despertar sensaciones increíbles con solo pronunciarlas. Afectan a nuestra mente y cuerpo de un modo que nunca llegaremos a comprender totalmente. Y esto no es sólo cosa mía, existe una teoría basada en la psicología, en la lingüística y en la informática que asegura que este poder es real. Es lo que se conoce como la PNL.
¿Qué es la PNL?
La PNL (Programación Neurolingüística) es un método cuya premisa principal consiste en que nuestra mente se organiza por palabras. Desde esa premisa, podemos alterar nuestros pensamientos con nuestras palabras. Por ejemplo, la PNL afirma que la manera en la que te hablas a ti mismo moldea tu mente y por tanto crea tu realidad. Si quieres cambios en tu vida debes cambiar las palabras que moldean tus pensamientos. Basta con saber cómo se codificó un pensamiento para descodificarlo, cambiarlo por otro y volverlo a automatizar.
Las palabras tienen una influencia inmensa en nuestra vida, pues son las herramientas que utilizamos en todas nuestras relaciones sociales. Basta un comentario amable para ganarse un amigo y una frase inoportuna para romper una amistad. Las palabras tienen el poder de crear y destruir, literalmente. Nunca las subestimes.
Si nuestro vocabulario es pesimista, es porque somos pesimistas. Si nuestro vocabulario es optimista, es porque somos optimistas. Así de simple. Para hacer que las palabras influyan en tu vida te basta con escribirlas o pronunciarlas. Un «te quiero» despliega una sonrisa y un «te odio» desata una punzada en el corazón. Y no dejan de ser palabras.
A estas alturas ya te habré convencido de la importancia de las palabras. Entonces, si una simple palabra es tan poderosa que puede desatar amor y odio según se emplee, ¿qué pasa con los libros? Montones de palabras cargadas de emociones y poder, ¿cómo usarlas adecuadamente?
Escribir desde el alma.
Algunos pensaréis que las historias son ficción, que no ocurren de verdad. Aparentemente solo son un amasijo de letras. Pero ese amasijo es capaz de desatar emociones reales. Nuestros lectores pueden llorar cuando un personaje querido muere, pueden sentir rabia e impotencia cuando el villano se sale con la suya, o ternura cuando ese chico tímido declara su amor.
Si lloras cuando tu personaje favorito muere, esas lágrimas son reales.
Llegados a este punto deberías entender por qué hay que tomarse muy en serio el papel de escritor, pues sobre tu pluma recae una gran responsabilidad. Narrar es crear. Las palabras van construyendo un universo en la mente del lector mientras sus ojos sobrevuelan las páginas. Narrar también es sentir. El escritor debe sentir la historia que escribe si pretende que sus lectores puedan disfrutar de las sensaciones que hay plasmadas en las hojas.
Una historia tiene que mostrarse como algo real, aunque sea obvio que se trata de fantasía o ciencia ficción. Pero las palabras deben inspirar confianza y credibilidad en lo que se está diciendo. De modo que la historia resulte más convincente y sea más fácil sumergirse en ella.
Míralo de esta manera: un amigo te cuenta algo que le ha ocurrido a un conocido suyo. Es algo increíble, difícil de creer, pero te lo está diciendo tu amigo en quien confías plenamente. Entonces interpretas esa historia como algo real, aunque ni siquiera tengas pruebas fehacientes de lo ocurrido. En ese caso, ¿por qué no te ibas a creer lo que te cuenta un libro? ¿Y si el escritor está escribiendo algo que ha vivido? ¿Qué marca la diferencia entre la realidad y la ficción?
No dejan de ser historias, más o menos creíbles, pero historias al fin y al cabo. La clave está en cómo las percibes.
Leer y escribir con los ojos de un niño.
Todo es más maravilloso y divertido si se ve a través de los ojos de un niño, especialmente si hablamos de literatura. La magia de las palabras es más efectiva en niños, quienes tienen un potencial creativo inmenso y una imaginación sin límites. Ellos experimentan los emociones y sentimientos plasmados en las páginas con más intensidad y viveza que la mayoría de lectores.
Cuántos niños han esperado su carta de Hogwarts tras leer Harry Potter. Cuántos han fantaseado con encontrar un portal a Narnia en su armario. Cuántos han soñado con visitar la Tierra Media tras leer El Hobbit. Los niños perciben la realidad que hay detrás de la ficcion. Por eso muchos de ellos realmente esperan que les llegue una carta de Hogwarts. Están totalmente convencidos. Y cuando no les llega la carta, rompen a llorar porque piensan que no son magos.
Esta percepción tan inocente es la que debe acompañar al escritor si pretende dar vida a las palabras. Pues no puedes hacer que algo cobre vida si ni tú mismo te lo crees. No estoy hablando de hacer caso omiso a la razón y escribir desde la ignorancia, donde todo puede ser falso o real al mismo tiempo, hablo de escribir con ilusión y ganas. Piensa en el poder de las palabras, piensa en lo que vas a despertar en tus lectores, piensa en cómo quieres vibrar con tu obra. Así lograrás que todo sea más real; tus personajes cobrarán vida, los lugares que imagines existirán en la mente colectiva de tus lectores y las aventuras que narres alimentarán la imaginación de la gente.
Utiliza las palabras sabiamente. Colócalas acertadamente en los diálogos para que estos transmitan exactamente aquello que quieres inspirar. Ten siempre en cuenta cada palabra, cada entonación, cada descripción del mundo… Imagina a tus personajes y haz que cobren vida en tu mente. Transporta esa vida sobre el papel gracias a la magia de las palabras y ejerce tu voluntad sobre sus acciones.
Recuerda que las historias son ficción, no son reales. Pero las emociones que despiertan sí lo son.
Al fin y al cabo… la realidad siempre supera a la ficción.