Alguna que otra vez, bastante a menudo, artistas y escritores buscan la quintaesencia que alimenta su creatividad: la inspiración.
En busca de la inspiración.
La inspiración es la savia de los creadores. Un escritor puede tener una gran prosa, una prodigiosa habilidad para la descripción, un don para la creación de personajes, una suerte para la narración de eventos, o una capacidad extraordinaria para conectar líneas argumentales. Sin embargo, de la misma manera que no se puede construir una casa sin los materiales requeridos, toda esa habilidad queda reducida a cero sin la inspiración. Digámoslo así: ¿en qué trabajaría un médico en un mundo en el que las enfermedades no existen? ¿De qué serviría la seguridad en un mundo en paz? O dicho de otro modo, ¿de qué le sirve a un escritor su habilidad si no tiene sobre qué escribir?
Para tener ideas podemos recurrir a casi cualquier cosa. A medida que vivimos nos vamos topando con pequeñas historias que siempre son buen material de escritura, desde vivencias personales hasta las noticias del telediario. Y ya puestos, siempre podemos recurrir a la Historia Universal, una mina de oro que ofrece infinitas posibilidades narrativas; podemos tratar hitos históricos o utilizar determinados periodos históricos como ambientación; la época victoriana, los años pre-revolucionarios en Francia, los largos meses en Estados Unidos de América con la Ley Seca. Las opciones son innumerables.
Hasta ahí todo bien: la Historia nos ha dado gran parte del trabajo hecho. No hay que crear nada relativamente nuevo; un buen libro que podamos rescatar de la biblioteca o un par de artículos de Internet pueden ser más que suficientes para tener el boceto inicial de una historia. Le añadimos temas recurrentes como el amor, los crímenes, la lucha de igualdad de clases o cualquier ingrediente similar con el fin de darle algún aliciente a la historia. A eso le sumamos una trama interesante y ya tenemos una base relativamente sólida para escribir una historia.
Sin embargo, si nos adentramos en el género fantástico o en la ciencia ficción, la situación cambia drásticamente. Estamos hablando de un mundo que el escritor conoce, pero que nadie más ha visto. Ante esto el escritor tiene la responsabilidad de mostrar su mundo al lector de un modo claro y con un lenguaje que el propio lector conozca.
Dando otro breve repaso histórico, desde siempre ha sido supersticiosa y ha creído en cosas por entonces inexplicables. Poco a poco crearon uno de los primeros conceptos abstractos de la humanidad, que era lo sobrenatural, lo divino y lo mágico. Siglos y milenios después tenemos un buen filón de creencias e ideas que han servido de combustible para muchas historias; la mitología, los fantasmas, las hadas, las brujas, el mundo espiritual y un largo etcétera. Algunas de las obras de terror y ficción más populares de la Historia de la Literatura beben de estas creencias, como es el caso de Drácula de Bram Stoker. Él ha sabido aprovechar maravillosamente la figura mitológica del vampiro, hasta tal punto de convertirlo en un arquetipo de la cultura universal de nuestro tiempo.
Hemos visto como de los upiros polacos se ha saltado al vampiro de Stoker, y más adelante encontramos este modelo de vampiro en las novelas de Anna Rice y en otras muchas obras que han hecho género. Lo mismo ha ocurrido con otras criaturas como demonios, ángeles o dioses, y hemos llegado a una encrucijada un tanto extraña: en la literatura fantástica casi siempre pecamos volviendo a utilizar modelos de criaturas y personajes que ya existen para añadirlos en un contexto nuevo. Para muchos escritores novel, la originalidad ha sido coger estos individuos y darles un empujón en su cadena evolutiva y colocarlos en la actualidad, obligar a estos seres a ir al instituto, conducir coches y frecuentar discotecas. ¿Original? Bueno, hablaremos más delante de ello.
Y aquí es donde entra la originalidad.
De la forma más sincera posible puedo asegurar que ser original es algo terriblemente difícil. Para mí ser original no significa únicamente crear una historia con un argumento interesante: también dependen cómo sean los personajes, las circunstancias, el contexto o las criaturas, enemigos y adversidades (no es obligatorio que tengáis que crearlo todo).
Pondré un ejemplo: Laura Gallego García se subió al podio tras escribir Memorias de Idhún, obra aclamada como pocas dentro del ámbito de literatura juvenil española. Pero, ¿es realmente para tanto? Laura no ha inventado el concepto de dragón. No ha inventado el concepto de unicornio. Tampoco es que mezclar una serpiente con alas sea una gran innovación (de hecho existen tipos de dragones similares). No hablemos ya de magia, reinos enfrentados, otros mundos, dioses y profecías, triángulos amorosos, razas y enfrentamientos. Laura no ha creado todo eso. Ella recogió esos elementos y los dispuso de una manera que le parecían idóneos para una historia.
Ahora, ¿es Memorias de Idhún una historia original? Desde mi punto de vista, no lo es. Tampoco lo es, visto así, Eragon, ni Harry Potter. No han creado nada nuevo, pero han sabido mezclar elementos que han funcionado, han creado platos que han gustado al paladar. No han creado nada desde cero pero han sabido sumar porcentajes correctos, algunos más que otros, para crear fórmulas que los han llevado al éxito.
Resumiendo: el ser humano no es original, el escritor en este caso tampoco lo es. La creación más exótica del mundo de una novela de fantasía puede ser producto de la mezcla bien hecha de muchas referencias del mundo real. Así pues, más que creadores, podríamos decir que el escritor es un mezclador, una figura que busca su propia fórmula de la piedra filosofal literaria.
Sin embargo, conseguir una buena mezcla de elementos es difícil, muy difícil. Si echamos una ojeada al libro Morfología del cuento de Vladimir Propp, podemos ver el estudio y reflexión de elementos como la organización de la historia, las características de los personajes auxiliares, las vueltas de guión del antagonista, temas recurrentes, etc. Y si un escritor novel de literatura fantástica lo lee detenidamente puede descubrir que sus escritos nunca han sido muy originales después de todo.
Hablemos de las musas…
El escritor posee esa musa que nos visita cuando quiere, y muchas veces se aleja durante mucho tiempo, pero su regreso es aún más dulce y provechoso. Pero aquí mi consejo: no tengas musas.
“No me apetece escribir” no es una excusa para decir que tu musa no está. Puedes no tener ganas, pero reconócelo y ya. No es un crimen.
Recuerdo cuando me obligaba a escribir, sin ninguna musa mirándome ni nadie suplicando que lo hiciera. La historia estaba tan clara en mi cabeza que cuando empezaba a escribir un párrafo salían cinco páginas. Mejor o peor escritas, con repeticiones o faltas de ortografía que harían que un analfabeto se enojara conmigo, pero ahí estaban. Podía seguir el hilo con más facilidad, recordar mejor los detalles, y más aún: tenía tantas ganas de continuar y dejar que fluyera todo lo que quería contar. No necesitaba inspirarme, buscar ideas nuevas: a medida que escribía y me encontraba con algún bache, me veía con la necesidad de idear rápidamente posibles salidas, posibles rumbos.
Una vez Piotr Tchaikovsky dijo:
La inspiración es un huésped que no visita de buena gana al perezoso.
Esa frase fue la que me impulsó a seguir escribiendo o seguir buscando ideas. Un escritor que se sienta a esperar que aparezca de la nada la idea correcta para su novela, es un escritor que pierde tiempo, pierde posibles mejores ideas y se arriesga a que esa “solución” no traiga sino otro bache o problema por el cual tenga que repetir esa misma meditación. No lo aconsejo.
Yo siempre he sido muy de soñar despierta. Ahora que soy una adulta y sigo soñando despierta, intento no pasar por algo ninguna idea, ningún detalle, por alocado que sea. Un pensamiento sobre algo que has estudiado y al que le das cuerda puede ser el primer escalón para una gran historia. Una reflexión sobre algo que hayas vivido y al que le hayas dado una vuelta de tuerca puede ser un hilo con el que enredar y coser tu historia. Una discusión, una imagen, cualquier cosa que te plantees desde un punto de vista distinto puede ser el eje mismo de tu historia. He leído bastantes libros de cultura, arte e historia, y no pocas ideas y detalles he sacado de esos volúmenes al preguntarme un “¿Y si…?”. Y ya si los logras mezclar bien todo eso que se te ha pasado por la mente como un buen mezclador, puedes lograr algo terriblemente interesante. Y es entonces cuando la musa estará siempre contigo.
Plantéatelo así: la inspiración es la típica chica caprichosa que se acerca por interés. Si prefieres quejarte de las pocas ideas que se te ocurren, esa chica nunca te prestará atención. Si por el contrario, aprendes a ser constante, a escribir un par de líneas cada día con lo primero que se te pase, a pensar en un párrafo, en juntar ideas, en darle aceite a los engranajes de tu imaginación, pues esa chica irá detrás de ti como si la vida le fuera en ello. Y deja de buscar esa quintaesencia. Quizás aún no lo sepas pero la inspiración está dentro de ti.
Así que, querido lector, si has llegado hasta aquí, primero felicítate por haber leído todo esto. Después, reflexiona un poco y ponte a pensar, a meditar, a leer, escribir, narrar, ver, escuchar, y a hilar y mezclar. Es hora de ponerse a trabajar. Te espera un camino muy largo de desechar tantos borradores de ideas como de relatos hasta dar con el que sea de tu gusto.
Además, ¿quién dijo que escribir fuera fácil?