7 clichés narrativos que deberían desaparecer para siempre
Un cliché es una idea o expresión repetida demasiadas veces. Por regla general, los clichés se repiten porque, en la teoría, «funcionan» y «gustan». ¿Pero qué pasa cuando un cliché, además de ser una idea sobreexplotada, es una mala idea? Pues que los lectores y espectadores que nos topamos con ellas, sufrimos. Porque pocas cosas pueden estropear tanto una historia como cualquiera de estos siete clichés narrativos, y por ello deberían desaparecer para siempre del imaginario colectivo.
1. El elegido
El protagonista ha sido elegido por una fuerza superior que le ha dotado de extraordinarios poderes, le ha dado la capacidad de hacer algo único o la misión de lograr algo que solo él puede lograr. En cualquier caso, lo único que ha hecho él para ganar semejante mérito ha sido existir.
Es un recurso de novato, muy común en aquellos autores que no saben cómo dotar de interés a su protagonista. El problema es que, además de estar cocinando a fuego lento a un potencial Gary Stu, tu protagonista no se convierte en héroe solo por tener un superpoder o una gran responsabilidad sobre su espalda. En primer lugar, no eres un héroe solo por el hecho de ser el único en poder hacer algo. Ser el mejor en algo, cuando ni siquiera te has esforzado en serlo, no te convierte en una figura heroica o digna de admiración. Y en segundo lugar, ¿qué mérito tiene hacer algo cuando el universo conspira a tu favor para que lo hagas? ¿No resulta más heroico luchar contra el destino y salir adelante con un sueño u objetivo aunque pareciese imposible?
¿Cómo solucionarlo?
Si quieres que tu héroe tenga un poder que nadie más tiene, acompáñalo de una desventaja de igual magnitud. Es decir, dale una de cal y otra de arena (nunca he entendido cuál es la buena y cuál es la mala en esta expresión). Como escritor, no seas el padre o la madre sobreprotector que le da regalos a su hijo sin haber hecho absolutamente nada. Haz que se gane el derecho a poseer esos regalos.
La responsabilidad de salvar el mundo se convierte en un conflicto siempre y cuando el héroe de la historia no cuente con demasiada ayuda externa. Tiene que sufrir y esforzarse para alcanzar su objetivo. La idea es que mires fijamente a los ojos a ese héroe que has creado y le digas seriamente: «oye, tú, tienes que salvar el mundo, pero no pienso ayudarte».
2. Quedarse inconsciente a la mínima
Estamos hartos de ver con qué facilidad se quedan inconscientes los personajes en demasiadas obras de ficción. En serio, ¿el cráneo de esos personajes está hecho de galleta o algo parecido? Es tan estúpidamente fácil dejarlos k.o. que hasta sorprende que más adelante, en una escena de acción, no se desintegren por la mera inercia del viento. La típica caída por las escaleras, el golpecito karateka en la cabeza, el clásico jarrón noqueador o el puñetazo a lo Mike Tyson… Cualquier golpe es una buena excusa para dejar oportunamente inconsciente al personaje de turno.
Seamos realistas: si una persona recibe un golpe en la cabeza lo suficientemente fuerte como para perder el conocimiento, debe ser llevado inmediatamente a un hospital porque es probable que haya sufrido una conmoción cerebral grave. De hecho, quedar inconsciente por un golpe puede acarrear secuelas terribles y permanentes. Entonces, el justiciero que se dedica a noquear a los guardias de seguridad porque tiene un fuerte código de honor que le impide matar… Bueno, no sé qué es peor.
¿Cómo solucionarlo?
Este «recurso», de dejar inconsciente a un personaje, se utiliza mucho para llevar al lector o espectador de un lugar a otro privándole de la información intermedia, ya sea por intereses de la trama o simplemente para ahorrarnos el viaje. Pero si necesitas llevar a un personaje de un lugar a otro y quieres evitar el recorrido, usa una elipsis y fin del problema. Este recurso no es ningún secreto, ni está mal visto o prohibido. Y, por supuesto, es infinitamente mejor que el teletransporte noqueador. Y si lo que necesitas es quitar de en medio a un personaje sin llegar a matarlo; existen presas, somníferos, trampas, distracciones y muchas otras circunstancias más realistas que puedes utilizar.
3. Personajes que aprenden demasiado rápido
Un cliché de los más detestables: personajes sin experiencia que son mejores que los expertos, solo por el hecho de ser más importantes para la trama. El protagonista ha dedicado su vida a la agricultura, pero en el momento en el que atacan su aldea, decide coger una espada y enfrentarse a diez soldados armados. Diez soldados que llevan toda su vida entrenándose en combate y en el uso de las armas. Pero, inexplicablemente, el campesino derrota a los diez guerreros. Esto, mires como lo mires, es imposible. En la vida real, un campesino no tiene ni la más mínima posibilidad contra un soldado entrenado. Éste último le cortaría la cabeza antes incluso de que el campesino pudiese levantar la espada.
Luego está la versión «entrenamiento exprés para salvar el mundo», donde el mentor entrena al campesino/héroe durante una semana porque el domingo tendrá que plantarle cara al Lord Rey Tirano Oscuro (el villano de turno que está sometiendo al reino bajo su tiranía). Llega el domingo y el héroe se enfrenta al Lord Rey Tirano Oscuro, un hombre que ha nacido en el seno de la guerra, embutido en la mejor armadura del reino y con una espada con poderes mágicos (claro, es el rey, tiene acceso a un mejor equipamiento que el campesino). Pues aún así, sin entender muy bien cómo, el héroe gana la batalla final y derrota a su adversario.
Ahora bien, volvamos al mundo real: si el lunes te apuntas a clases de Kung Fu por primera vez en tu vida, ¿te digo lo que podrás hacer el domingo? NADA. Te caerás al intentar dar la patada más patética de tu vida. Eso es lo que pasa cuando una persona normal entrena una semana, que no pasa nada. Aunque tus maestros sean Yoda, Gandalf o Merlín, en una semana no habrás aprendido nada determinante.
Pero el problema no solo radica en esa increíble capacidad de aprendizaje, sino además en cómo el tiempo actúa en favor del héroe. Cuando él entrena, el tiempo se ralentiza como en la Cámara del Tiempo de Dragon Ball Z y todo es más eficiente y productivo. Parece que el tiempo solo fluye para aquellos que salen en pantalla, y las acciones paralelas (como el entrenamiento que podría estar haciendo el villano por su parte), no cuentan. Pero si somos justos, y el héroe está entrenando una semana, el villano también podría estar entrenando al mismo tiempo, ¿no?. Y si el villano es un hombre de cuarenta años, que lleva en el negocio de matar inocentes desde que le salieron las primeras espinillas, ¿cómo me explicas que un campesino de dieciocho años le derrote en combate?
Si aplicamos la lógica realista a esta situación, la escena sería así: después de un intenso entrenamiento durante una semana, el héroe se enfrenta al gran villano. Empieza el combate. El heroico campesino empieza a llorar del estrés. El Lord Rey Tirano Oscuro enarbola su espada y corta al héroe verticalmente en dos trozos. Fin.
¿Cómo solucionarlo?
Nunca plantees un enfrentamiento directo entre dos contendientes con un nivel de experiencia tan dispar, especialmente si tu idea es que gane el novato. Puedes solucionar esto de mil formas: el héroe juego sucio, se apoya en sus aliados para ganar ventaja, se enfrenta a un enemigo herido o le arrebata su ventaja de algún modo. Pero nunca pretendas que un gato venza a un tigre solo por el hecho de ser el protagonista.
4. La amnesia
El personaje que queda amnésico tras un accidente y no recuerda nada es, probablemente, el recurso narrativo más pobre y cutre de cuantos existen. Cada vez que veo que en una historia ocurre algo así, automáticamente cierro el libro, apago la tele o me salgo del cine. Es irritante. No solo delata una falta de creatividad abrumadora por parte del autor, sino que es un recurso tan de telenovela y tan manoseado, que sería como contarle el cuento de Caperucita Roja a alguien y encima pretender que se sorprenda con el final.
Este recurso se usa mucho en series donde los guionistas buscan alargar hasta el extremo la tensión dramática que genera una situación. Por ejemplo: dos personajes están enamorados pero son incapaces de declararse su mutuo afecto. Durante tres temporadas se dedican miradas, susurros, regalos, indirectas… pero nunca nada decisivo. En el último episodio de la tercera temporada, el chico se declara. Esa tensión dramática alcanza su cenit y desaparece cuando las intenciones quedan claras. Entonces, los guionistas, deseosos de seguir cobrando su sueldo y con miedo a que un giro drástico perjudique a la audiencia, buscan una forma de reiniciar el interés. Deciden que, en el episodio 1 de la cuarta temporada, la chica cae por las escaleras y sufre amnesia tras la caída. Y obviamente no recuerda la declaración del chico. Se vuelve a crear esa tensión dramática y vuelta a empezar. Es cutre, sí, pero a cierta audiencia le basta.
¿Cómo solucionarlo?
Si necesitas que uno de tus personajes olvide algo, tal vez te resultaría más fácil jugar con el lenguaje narrativo y simular que ese personaje se ha enterado de algo, cuando en realidad no ha sido así. El espectador o lector pensará que lo sabe y esperará expectante su reacción, pero en realidad ha sido todo obra de una artimaña del autor. O también puedes hacer que ese personaje se tope con un Azotamentes en algún callejón oscuro. Cualquier alternativa será mejor que la amnesia.
5. El villano quiere conquistar el mundo porque sí
Según algunas historias, su villano principal se levantó un día por la mañana y dijo “voy a conquistar el mundo”. Ya está. Ahí termina todo el trasfondo y mundo interior del villano. Su motivación es conquistar el mundo porque así podrá gobernar sobre todos para… para sentirse bien, supongo. Imagino que no hay que explicar por qué este cliché es un mal cliché. No solo es un personaje tan plano que roza lo caricaturesco, sino que encima está ocupando un papel tan importante como el de villano o antagonista. Un completo desperdicio, derrochado de la peor manera posible.
¿Cómo solucionarlo?
Trata al villano como tratarías a cualquier otro personaje de tu historia. Nadie es malo porque sí. Ninguna persona nace y lo primero que piensa es en matar a la matrona y devorar su corazón. Pregúntate por qué tiene esa motivación, y dale un significado de peso. Se podrían llenar estanterías hablando de este tema, pero la premisa principal radica en la primera frase de este párrafo.
6. Todo ha sido un sueño
Y al final, todo era un sueño… Es un recurso muy común en cine y televisión, y no tanto en literatura (por fortuna). Este cliché consiste en presentar una escena como si fuese verdadera, donde ocurre algo impactante que deja en shock al espectador (alguien es infiel, un personaje importante muere, alguien ha resucitado…) pero, inmediatamente después, vemos como el soñador despierta sudoroso de un sobresalto, para sumirnos en la decepción. Este cliché no solo peca de una falta terrible de creatividad e ingenio para generar suspense, sino que además consigue que el público se sienta traicionado. Así, la próxima vez que ocurra algo impactante, me lo pensaré dos veces antes de llevarme las manos a la cabeza. Por cierto, los que sigáis pensando que al final de LOST “todo era un sueño”, siento deciros que no habéis entendido nada de esa serie.
¿Cómo solucionarlo?
Este recurso es aceptable si la intención es expresar sentimientos o preocupaciones del personaje. Se avisa sutilmente de que puede tratarse de un sueño, o la escena onírica transcurre de manera diferente al resto de escenas reales. Así, el espectador captará esa información con un enfoque más suavizado, menos susceptible a la sorpresa. No se trata de engañar y sorprender al espectador, sino hacerle partícipe de las preocupaciones del personaje y que llegue a sentir miedo o anhelo por la posibilidad de que ese sueño pueda realmente llegar a ocurrir. Así se genera una mayor empatía hacia el personaje y, en caso de que el sueño fuese premonitorio, la sorpresa no quedará opacada gracias a la tensión creada.
7. Romances forzados y evidentes
¿Recuerdas esos clásicos Disney donde la princesa protagonista y el príncipe estaban mejor dibujados y el resto de personajes eran como más caricaturescos? Pues algo parecido ocurre cuando es evidente que el chico y la chica protagonistas se enamorarán y se darán un beso épico al final de la peli. Generalmente, ella es una joven de origen humilde y él un príncipe, o al revés. Y aunque al principio hay roces y no se llevan bien, es tan obvio que acabarán juntos que al espectador ya le da igual el desarrollo del romance.
El protagonista lleva toda su vida soltero y puro, pero en los tres días de su vida donde transcurre toda la trama, le da tiempo a conocer al amor de su vida (que casualmente es la mujer más guapa que jamás ha conocido), a enamorarse y, de paso, a salvar el mundo. Este cliché se extiende hasta tal punto que la relación se vuelve extremadamente previsible. Estás viendo una película y de pronto presentan a un nuevo personaje, una chica con carácter y demasiado atractiva para el contexto en el que se encuentra. Sorpresa, al final se enamoran.
¿Cómo solucionarlo?
Es imposible construir un romance en tres días sin que resulte precoz o forzado. La mejor opción es plantear una relación previa (la chica es su vecina, su compañera de clase, la camarera que le sirve el café todas las mañanas…), y previamente ya existía un interés, unas miradas y cierta curiosidad mutua. En el caso de invertir los sexos, y que sea la chica la protagonista, la fórmula es idéntica. Y por favor, lógica ante todo; Charlize Theron no es precisamente un ejemplo de camarera de barrio normal y corriente. ¿Sabes una cosa, Hollywood? No solo las personas guapas se enamoran.
Me temo que los flechazos, aunque existan en la realidad, en la ficción no son tan creíbles (todo lo que parezca obra del azar o del destino se digiere mal). Y a no ser que seas un genio como Shakespeare con su archiconocido par de enamorados, no te aconsejo que abordes el flechazo romántico como el único motivo para que dos personajes se enamoren. Pero más allá de esa primera impresión, puedes acudir a la realidad como fuente de inspiración para crear amores creíbles e intensos, donde ni todo el mundo es supermodelo, ni todo lo que ocurre en una relación es perfecto.
Estos son siete clichés narrativos que deberían desaparecer, pero no son los únicos. La lista es muy amplia y seguro que tú conoces clichés incluso peores. Nos vemos en los comentarios. Está permitido quejarse.